miércoles, 31 de agosto de 2011

BALLENAS


Como cada abril, unas treinta y siete ballenas viajan desde Cuba hasta las aguas atlánticas de Provincetown, en Cape Cod. La colonia se asienta sobre una área rica en plancton y reside allí durante los meses de bonanza climática.
Tras unas horas de navegación en el barco "Hurricane II" , observamos a lo lejos el faro del cabo, aminoramos la marcha y la oceanógrafa empieza a explicarnos diferentes cuestiones acerca de las ballenas. Veo a los que me acompañan desenfundar sus cámaras de fotos, mirar a lo lejos con los prismáticos y, a los más rápidos, señalar el quebrar del agua de una aleta.
Ahora sí, la oceanógrafa nos da instrucciones claras: "a las diez". Todos nos movemos hacia babor, hacia el lateral izquierdo del barco. La primera ballena nada en dirección a nosotros mostrándonos su aleta y, por fin, se ondula lo suficiente como para que en el descenso, nos deje ver su cola. Tras esa exhibición fugaz de belleza, desaparece en la profundidad del océano dejando un rastro turquesa, el color del agua unida con el aire.
"A las dos", oímos. Ahora, una gran ballena agita las aletas laterales en un cálido saludo. Levanta la aleta, golpea el agua, la levanta de nuevo y la luz resplandece sobre el agua resbalándose en su gruesa piel, vuelve a golpearla... En el escenario de nuestro espectáculo aparece otro barco con observadores, ellos están más cerca del mamífero y aplauden y gritan. De repente, se hace el silencio y se alza ante nosotros un inquebrantable azul inmenso.
Nos repartimos en los laterales observando el horizonte durante algunos largos minutos. Frente a mí, se alza un gran cetáceo que ha saltado dejando ver todo su cuerpo. En el aire, la ballena gira sobre ella misma, cae y desaparece bajo el salpicar del agua y la espuma. "Oh, my Gosh", gritan algunos. Aunque tengo la cámara de fotos en las manos, no consigo fotografiarla, solo aplaudo emocionada uniéndome a los otros. Ha aparecido sin aviso, nos ha regalado una imagen inolvidable, y ha regresado al fondo del mar. Más tarde, nos acercamos a un grupo de tres. Nadan tranquilas, ondulando sus cuerpos y, a veces, expulsan aire haciéndonos estremecer con el bufido. Las expectativas de captar una buena imagen desaparecen en la distancia.
Otra ballena, "a las tres". Está muy cerca. Como si bailase, empieza a saludarnos con las aletas laterales: golpea el agua intermitentemente con el blanco de la aleta. Está apenas a dos metros del barco: puedo ver su abdomen blanco, el relieve que forma su piel alrededor de la boca, los detalles de sus aletas; se revuelve en el agua ahora turquesa y desaparece bajo nuestro barco.
Desandamos los nudos hasta el puerto de Gloucester, al norte de Boston, durante dos horas.


Para contemplarlas, invadimos su espacio, su hábitat. ¿Somos extraños para ellas? ¿Se saben protagonistas y por eso nos ofrecen saludos, saltos y casi un baile acuático? Quiero pensar que nada nos diferencia: somos seres vivos disfrutando de la inmensidad del océano, seres vivos disfrutando de nuestro tiempo.




Vídeo (disculpad el movimiento): http://www.youtube.com/watch?v=JYaVR5Wcaxg

Más imágenes: http://www.facebook.com/media/set/?set=a.10150244829033520.317964.628298519&l=bb919e3af7&type=1