Los dictan los inicios: el curso escolar, un nuevo año, el cambio de estación. Los imponen, también, los finales: dejar una etapa atrás, superarse u olvidar un diciembre. Nos decimos a nosotros mismos dónde queremos llegar, y establecemos la línea ilusoria que separará los sueños de la realidad. Escribir un libro, sumar ventas, ser el número uno de un ranking, arrebatar unos segundos a un cronómetro, saltar más alto, escalar una montaña, tirarse en paracaídas.
Muchos se basan en la valentía, en la capacidad de aguantar la respiración y dar un paso adelante; otros, necesitan de la constancia, del trabajo conseguido tras la suma de los días. Colman de adrenalina unos momentos únicos: despegar los pies del avión, ver la tierra acercarse a una velocidad vertiginosa, apretar el botón de apertura. Premian su consecución con el júbilo, con la alegría de haber cruzado el límite: presionar las placas con fuerza para detener el tiempo que corre a la contra y leer un registro que habla, en formato numérico, de un logro. Todos ellos llenan de metas el palpitar de quienes no se conforman.